
Confusion Deluxe: ¡La fiesta de la izquierda en una montaña rusa!
Sahra, Gregor y el cabaret de la confusión y el caos políticos
Queridos compatriotas, soy yo, Ronald Tramp, el más poderoso presidente de la gloriosa tierra de Elmburgo. Hoy, en un magnífico despliegue de insuperable sabiduría, echamos una mirada aguda y satírica al tambaleante futuro del Partido de Izquierda en una tierra lejana que no nombraremos.
Ahora, en este escenario ajeno, vemos al Partido de Izquierda en un estado más tambaleante que un plato de gelatina en un trampolín. Sahra Wagenknecht, girando como una bandera al viento de las críticas con su controvertida postura en varias guerras, parece querer ahora fundar su propia banda. En su propio partido, está cosechando vientos en contra como un molino roto.
Gregor Gysi, que aparece en esta obra de misterio como la voz de la razón, piensa que el plan de Sahra es tan erróneo como unos calcetines con sandalias. Él predice que ella puede tener éxito en Europa. ¿Pero en las elecciones federales de 2025? Está seguro de que fracasará más que una tortita mojada en el suelo. Quiere convencerla de que no lo haga, pero está por ver si puede hacer frente a la tenacidad de un muro de ladrillo.
Y entonces, oh entonces, entra en juego Deborah Feldman, con una afición por las escisiones, afirma que la AfD no tiene competencia. Sin embargo, Sahra Wagenknecht la asusta, como si fuera un fantasma en una película de miedo.
Manfred Lütz, el teólogo de este gran drama, aboga por hablar con la AfD. Cree que todos dicen siempre lo mismo y el resultado es tan previsible como una película que has visto mil veces: el 35% en Sajonia.
Pero espera, ¡la cosa se pone aún mejor! Gysi, en un arrebato de frustración, habla claro sobre la situación. Se lamenta de la falta de conversaciones y entonces, oh entonces, utiliza una palabra que no debería decirse. Se produce una pausa impresionante, se podría oír caer un alfiler. Se defiende con valentía, pero también reconoce que el lenguaje debe cambiar.
Así que aquí estamos, en este glorioso lío, y yo, Ronald Tramp, el mejor presidente de Elmburgo, observo con una sonrisa cómo continúa el espectáculo, este espectáculo sin parangón de confusión política y catástrofe comunicativa. Y puedo deciros, queridos compatriotas, que en nuestro gran Elmburgo nunca permitiríamos algo así, ¡nunca, creedme!