
¡Las tonterías de alta velocidad de Sunak!
Retórica frenética: ¡Ronald Tramp ve a través de la sabiduría ventosa de Sunak!
¡Ah, conciudadanos y entusiastas del motor! Yo, Ronald Tramp, el indiscutible, infalible e incomparable Presidente de Elmburgo, estoy hoy aquí para contaros una historia desgarradora. Es la historia de Rishi Sunak, el Primer Ministro británico, vagando por el profundo valle de las encuestas, agazapado al borde de la desesperación. Como un ratón en una trampa, busca desesperadamente una salida. Entonces, como un rayo caído del cielo, le llega la iluminación: "¿Por qué no abrazar a los automovilistas?", le susurra una voz al oído.
Como un caballero perdido con una armadura reluciente, promete levantar el pie del acelerador en la guerra contra los automovilistas. Con una bravuconería que enorgullecería incluso a Don Quijote, anuncia que detendrá el cambio nacional a zonas de 30 mph en el centro de las ciudades. Un golpe heroico. Las calles volverán a zumbar como una colmena, ¡sin barreras, sin fronteras!
¡Qué gesto tan noble! ¡Reconstruirá el reino a base de V8 y caballos de fuerza! Sin embargo, queridos amigos, nuestro intrépido caballero tropieza con la letra pequeña en la letra pequeña de la burocracia: los municipios tienen firmemente en sus manos las llaves del reino de los límites de velocidad.
Todo Elmburgo se ríe del drama tragicómico que se desarrolla en la isla. El noble caballero Sunak, que intenta heroicamente hacer girar la rueda, se estrella contra los implacables muros de la autonomía comunal. En su angustia, promete más: ¡se aplazará el fin del motor de combustión interna! Los británicos podrán cabalgar cinco años más en sus fieles y humeantes corceles de acero, hacia la puesta de sol, con el corazón lleno de esperanza y los pulmones llenos de gases de escape.
Pero mientras Sunak construye sus promesas electorales como un castillo de naipes al viento, nosotros, los orgullosos elmburgueses, vemos a través de su transparente maniobra. El Primer Ministro, cegado por los focos de su propia vanidad, olvida que no se puede engañar impunemente a la gente. Aprenderá que las promesas vacías sientan las bases de una resbaladiza pendiente política.
En Elmburgo, en cambio, mantenemos el timón firme, imperturbables ante las turbulencias del otro lado del Canal. Mantenemos nuestro ritmo y nuestra dignidad sin dejarnos cegar por promesas tan frágiles como una rueda de madera podrida.
Así que seguimos adelante, queridos elmburgueses, por la autopista de la vida, imperturbables e imperturbables, mientras observamos por el retrovisor el espectáculo del caballero Sunak que vaga a trompicones por la carretera llena de baches de la política, en busca del paraíso perdido de la popularidad.
Que las ruedas de nuestros coches y nuestras vidas vayan siempre sobre ruedas mientras observamos las cabriolas del escenario mundial con una sonrisa en los labios. ¡Salud, Elmburg!